¿Por qué en el fútbol hay más violencia que en otros deportes?

Avatar Christian Betancourt | May 8, 2017 380 Views 0 Likes 0 Ratings

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El Fútbol, ese deporte de lealtad al aire libre que enardece pasiones entre una infinidad de personas de diversos orígenes y también mueve cifras millonarias de dinero en el mundo, resulta ser diferente de los demás. Su fluidez y accesibilidad al jugarlo así como la universalidad de su alcance y audiencia lo distinguen de los otros deportes.

También tiene otra característica especial no tan halagadora: la violencia en sus estadios y entre sus hinchadas. No se tienden a ver ese tipo de actos irracionales suceder impunemente en los estadios de basketball, rugby, cricket o baseball. Aun y cuando el contacto pueda ser fuerte en la cancha entre los jugadores.

 

Tragedia de Heysel en Bruselas, entre hinchas de Liverpool y Juventus dejando 39 muertos en la final de la copa de Europa de 1985. Fotografía de Associated Press.

Andrés Roemer junto a Enrique Ghersi exponen en su libro “¿Por qué amamos el fútbol? Un enfoque de política pública” que un detonante de esa particularidad del fútbol es la propiedad sobre la infraestructura y la manera en que están organizados los clubes. En los demás deportes usualmente los equipos profesionales son de propiedad privada, con sus propios estadios y teniendo bajo su discreción cómo asegurar el orden en los eventos. Tienden a ser organizaciones de capital con incentivos y mecanismos claros, a diferencia de las organizaciones de personas.

En el fútbol, aun el de más alto nivel, los estadios en los que se juega en su mayoría son públicos. Y siendo públicos, de todos, terminan siendo de nadie. Siendo de todos, su administración se deja en manos de algún ente representante del pueblo. Esta dependencia gubernamental inevitablemente los gestiona de manera ineficiente, a tropiezos, con acuerdos tras bambalinas que muchas veces hasta afectan los intereses de los clubes y de los hinchas; no es raro ver canchas destruidas por conciertos o por un descuido en el mantenimiento. Cuando son funcionarios de partidos políticos los que están encargados de los estadios se vuelve difícil hacerlos responsables de su administración sobre ellos. De tal manera los derechos comunes sobre los estadios, derechos reales y personales, se encuentran difusamente delimitados y protegidos. Esta vaguedad sobre los derechos de los ciudadanos sobre bienes públicos y cómo su uso colectivo termina perjudicando los intereses de los mismos individuos, es parte de lo que se conoce como la tragedia de los comunes.

Sería diferente si se pudieran ejercer y vigilar de cerca los derechos sobre los recintos deportivos. Si una comunidad o gremio abierto afín pudiese hacerse cargo de la administración cercana de los estadios, éstos estarían mejor cuidados. Sus incentivos por intereses locales o deportivos son más claros y son entidades que tienden a ser más accesibles, haciendo más sencillo y rápido el aseguramiento de los derechos de sus vecinos y colegas. Más aún si fuesen instalaciones privadas en un mercado competitivo, debiendo el dueño asegurar el mejor y más asequible servicio.

 

En cuanto al funcionamiento de los clubes, vemos que en el deporte rey usualmente son organizaciones de personas y no de capital. Socios y dirigentes se disputan la influencia sobre la institución, en ocasiones manipulando la opinión pública y siempre mediando niveles de lealtad mezquina entre ellos. Vale la pena mencionar que ha empezado un cambio de tendencia, ahora hay cada vez más clubes europeos que cotizan en alguna bolsa de valores como Manchester United o Borussia Dortmund.

Hinchas del Club Deportivo Olimpia de Tegucigalpa peleando entre ellos. Fotografía de Diario El Heraldo.

Hay quienes responsabilizan a la cultura por la violencia y seguramente ella influye. De la misma manera en que la distribución de derechos sobre bienes públicos y su aseguramiento influye en la cultura. ¿Qué pasaría si alguien tratase de hacer un escándalo en uno de los estadios profesionales de hockey o fútbol americano? Pues sería reprendido rápidamente con la propia fuerza de seguridad del equipo, buscando el mejor ambiente para los espectadores. En ese momento seguramente tendríamos un cambio cultural.

En esto también influye que los encargados de la seguridad en los recintos y las graderías sean policías asignados que experimentan todo tipo de otras situaciones durante su día a día, a veces crudas, y llegan en su estado mental policiaco a cuidar de aficionados en un ambiente al que visitan semanalmente durante unas pocas horas, si acaso. Generalmente no tienen el entrenamiento idóneo o el tacto con las personas y es difícil hacerlos responsables individualmente si cometen un acto de agresión o una omisión en sus deberes. Peor si son militares. Las vidas y la integridad física de las familias e hinchas que asisten estarían mejor protegidas por un grupo cercano, amigable, que los entienda y a quien se le pueda deducir responsabilidad fácilmente. Una policía afín y comunitaria o una fuerza de seguridad privada o concesionada harían un trabajo más eficiente y confiable con un mejor control de los revoltosos reincidentes.

Este deporte al que llamamos fútbol, al que algunos atribuyen cualidades virtuosas, lleva alegría a más hogares que los demás deportes. Es admirable la manera en que puede lograr que personas de todos los rincones del mundo disfruten juntos un espectáculo y conecten en torno a él. Sin embargo, sufre de ese estigma inherente: la violencia entre sus hinchas y en sus instalaciones. Ciertamente este distintivo ha mejorado durante las décadas, pero es evidente que sigue liderando los números entre todas las disciplinas deportivas. Tendremos que inspirarnos de lecciones aprendidas para mejorar aún más la situación del deporte, el sano espectáculo y los derechos de sus aficionados.

Christian Betancourt

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